lunes, 20 de abril de 2009

Nadal es cinco veces príncipe de Montecarlo



Demolition Man, Hombre Demolición. Esas dos palabras resumen el quinto Campeonato consecutivo de Rafael Nadal en el Montecarlo Country Club, lo que nadie ha hecho jamás. Dos palabras y el análisis de Nole Djokovic: "Volvemos a la historia de creer en ti mismo ésa es la clave cuando juegas contra Nadal: has de concentrarte en cada punto, porque hay un jugador al otro lado de la red que no va a regalar un solo punto". No cabe mejor descripción. El tremendo triunfo de Nadal sólo se concretó por la fuerza mental del número uno del mundo: y por ninguna otra cosa.
El Hombre Demolición firma ya cinco títulos seguidos en el lujoso escenario de la Costa Azul, gracias a una estampida de 28-0 en el Montecarlo Country Club desde su primera y única derrota aquí, en 2003, ante Coria. Van 21 triunfos consecutivos en arcilla, desde que perdiese en 2008 con Ferrero, en Roma. 23-1 en finales en tierra batida (sólo perdió ante Federer, en Hamburgo 2007). Además, y, en fin, Nadal es el primer número uno del mundo que alza el título en Mónaco desde Lendl, en 1988. Todo este asombro, todo este ensueño entre tanto perfume caro es realidad gracias a un ser demoledor que disfruta excavando trincheras entre sombras de tensión y ceniza ocre. Con Nadal no se ganan puntos: se combate cuerpo a cuerpo, trinchera a trinchera. Cuando los finos Murray, Djokovic o Federer llegan ante Demolition Man van a la mina, a sufrir como perros. Y acaban jugando a algo que no es exactamente un deporte, sino un combate, un castigo: entran en territorio Nadal.
En juego, Nadal se mueve entre dientes de sierra: tiene problemas con el servicio, que los buenos restadores le ametrallan con frecuencia, él mismo admite altibajos mentales y de concentración y, a veces, da la impresión de liarse en el juego de ataque. Si se le encorseta en el corral del revés, le cuesta salir con el paralelo, pero la derecha cruzada es una piedra, una lluvia pesada para el revés de los rivales, forzados a alzarse en suspensión.
A tope.
Nadal es un generador de tensión e intensidad constantes. Pero, en ese mundo de estrés, Demolition Man se mueve como nadie. No hay jugador de tenis lo bastante duro para derrumbar esa pared bronceada, cuyo libro preferido es La Ciudad de las Bestias, de Isabel Allende. Mira por dónde.
Tras repartir los dos primeros sets, el desenlace se gestionó en los dos juegos iniciales del tercero: con Nadal al saque, el primer juego duró 16 minutos. Rafa limpió tres puntos de rotura, uno de ellos con un contragolpe imposible en la red ("get", se dice en inglés) que hizo arrodillarse a Djokovic, quien rogaba al cielo, pedía ayuda a Dios: "Pomozi Boce", en serbo croata. El combate de trincheras fue excediendo los límites físicos de Djokovic, que se hundió en dobles faltas. Nadal se escapó, 2-0. Cuando el serbio ganó el tercer juego, lo celebró como si fuera el título. Con razón: Djokovic no ganaría un juego más. Nadal ya era el amo. Era su mundo: sombras, ceniza, tensión y estrés. "Estoy cansada de ser fuerte", susurra la hermosa Connie Nielsen a Russell Crowe en una emocionante escena de Gladiator. "Antes sonreías más", se alza el gran gladiador, entre lágrimas furtivas. "Este torneo siempre ha sido un sueño para mí, no esperaba ganar aquí", dijo Nadal cuando ganó: también estaba emocionado. Y el buen tenista Djokovic es como Oliver Reed, en esa buena película: un hombre del espectáculo. No basta ante la emoción de Demolition Man.

Djokovic
"Nadal es el dominador en esta superficie. Su ventaja en estas pistas radica en su fuerza y mentalidad. Otra vez me he quedado a un paso, sobre todo después de un increíble segundo set. Ojalá pueda tener otra oportunidad esta temporada. Jugué uno de mis mejores partidos contra él en tierra. Es una pena que no tuviera un poco más de paciencia".

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